Los valientes están solos by Roberto Saviano

Los valientes están solos by Roberto Saviano

autor:Roberto Saviano [Roberto Saviano]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Biography & Autobiography, Historical, Social Science, Criminology, Fiction, General
ISBN: 9788433921628
Google: 0GPbEAAAQBAJ
Amazon: B0CKM74NHT
Goodreads: 199422672
editor: Anagrama
publicado: 2023-11-15T08:00:00+00:00


El despacho del ala sur de la sala búnker es un cuarto de diez por diez metros con un largo sofá de cuero raído, seguramente llevado allí de otro despacho donde sobraba. Ante el sofá hay una mesa más o menos de la misma longitud, pero mucho más alta, con lo que quien se siente en el sofá nunca podrá apoyar los codos en ella, salvo que sea tan alto como Ayala. Quien, por cierto, no está en el despacho, sino en la sala, donde esperan a que Giordano, el presidente del tribunal, y Pietro Grasso, el juez adjunto, lean la sentencia de primera instancia de lo que oficialmente es el mayor juicio contra la mafia de la historia. Más de veintiún meses de juicio, 349 vistas, 1.829 horas, 475 imputados, de los cuales 208 están en prisión, 102 en libertad, 44 en arresto domiciliario y 121 huidos, más de 900 personas entre testigos y víctimas. Ha habido 1.314 interrogatorios, 635 alegaciones de la defensa, 1.265 expedientes. Los alegatos con los que los fiscales Giuseppe Ayala y Domenico Signorino han pedido condenar a todos los jefes de Cosa Nostra como responsables directos de crímenes atroces cometidos entre 1977 y 1984 han durado doce días. El veredicto llega después de más de un mes de deliberaciones. Y hoy, 16 de diciembre de 1987, se leerá ese veredicto. En la sala reina un silencio sepulcral.

Giovanni está sentado en el sofá de piel con Paolo y Nino, Guarnotta y Di Lello están sentados en los dos extremos de la mesa y miran la pared. Se lo juegan todo. No hace falta decirlo. De hecho, todos se guardan de decirlo. Pero todos lo piensan, todos lo saben, sobre todo Giovanni.

Sobre un estante torcido que hay en la pared de enfrente del sofá hay un pequeño aparato conectado al circuito cerrado de televisión. Giovanni lo mira; más que ver, escucha. El silencio que los reos no guardaron en el juicio lo guardan ahora. Tienen miedo. Están también en vilo. Lo que no deja de sorprender, pues están acostumbrados a que les apañen y acomoden las sentencias y los absuelvan por falta de pruebas. Se huelen que lo de ahora es distinto. Y si hay algo que estos sujetos, brutales muchas veces como las más feroces de las bestias, han conservado, es el olfato. Mientras escucha con atención ese silencio, Giovanni sacude el cigarrillo. La ceniza cae como nieve sobre la montaña de colillas que hay en el cenicero.

–Si hay una frase que lo resume todo –dice de pronto Di Lello, sin dejar de mirar a la pared–, que da sentido a todo, es la de Ines.

Ines Leotta, la viuda de Boris Giuliano, se personó como acusación particular con su hijo Alessandro y los hermanos del marido. Es lo que hicieron también el Ayuntamiento de Palermo en la persona del alcalde Leoluca Orlando; los hijos del general Dalla Chiesa; la madre y el hermano de Emanuela Setti Carraro; la familia de Giuseppe di Lavore, el conductor



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